Serbia y Bosnia
Miguel Julián
por Miguel Julián
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Serbia y Bosnia

Seguramente esta ha sido la última gran escapada del año. Un viaje especial por un montón de motivos. Hace ya muchos años que no me estampaban el pasaporte (esto tiene que acabar). Este viaje fue mano a mano, por primera vez, con el Señor A2. Serbia y Bosnia, por alguna razón tienen ese halo de “inseguridad” visto desde España. Dejaré en el tintero las razones para elegir el destino, pero fueron “diferentes”. Sin duda alguna quiero volver.

Escribir esto apenas un par de semanas después de volver tiene alguna ventaja, y es que ya he contado muchas historias, ya he visto lo que más ha impactado, y sobre todo el tiempo ya ha podido catalogar esos momentos especiales del viaje. Muchos de los cuales pasaron en bares o pubs, otros muchos simplemente andando por la calle, pero seguramente muchos más en la carretera.

En la carretera ha dado tiempo a hablar con mochileros, escuchar historias sobre la última guerra de los Balcanes, ver casas agujereadas como un queso, aprender alemán, jugar al ajedrez, debatir sobre la vida (e incluso sobre algo parecido a política), ver cambios drásticos de paisaje, cruzar un río-frontera, ver la muerte en forma de camión y una línea continua, dormirme encima de una señora serbia que me miraba con odio, intuir cómo se “pagan” las “multas”, descubrir otra realidad sobre los países, escuchar música, e incluso, pensar.

La verdad es que impresiona ver en primera persona las heridas de una guerra que pasó hace unos 20 años. Impresiona todavía más hablar con gente de ambos “bandos”. Impresiona ver cómo una historia tan trágica se queda en tierra de nadie. Yo le comentaba a la gente que esa guerra no la estudié, y cuando sucedía, con mis 10 años, me brillaban los ojos cuando vaía en la tele los aviones que tenía colgados en mi habitación. Impresiona ver cómo todo el mundo con el que hablamos alababa en gran medida el socialismo de Tito.

Pero lo más importante del viaje han sido las personas. Desde el primer amigo serbio del avión que nos metió en un coche de un amigo y nos dejó en la puerta del hostal, pasando por todos los encargados de los hostales, incluso por los roommates que tuvimos la suerte de conocer, hasta el Señor A2, o las personas aleatorias con las que conseguimos hablar o conocer durante nuestras aventurillas. Gente que te dice “sorry, no…”. Españoles que te enseñan una vida diferente, ya sea en Belgrado, o alrededor del mundo. Dueños de bares que te acogen como a uno más y te cuentan historias para no dormir, e incluso para dormir. Personajes raros con pausas dramáticas en el discurso que llevan casco de construcción. Taxistas. Camareros. Abuelos. Dependientes.

Fueron ocho días repletos de experiencias. Con sus altibajos, desde luego, pero con la sensación de estar en un lugar diferente, acogedor, agradable. Un lugar al que tienes claro que quieres volver. Mucha gente hablaba de la fiesta, de la noche de Belgrado, pero es una ciudad en la que me sentí como en casa, una ciudad que en apenas dos días subió al top de ciudades favoritas. Y respecto a Bosnia, es un país que hay que ir a disfrutar, costaba un poco más sentirse “acogido”, pero cuando rompías la primera barrera, todo empezaba a ser diferente. Un país para conocer puerta a puerta.

Por cierto, esa gente come mucha carne. Y está muy rica. La verdad es que comimos pizza, carne a la brasa, pescado a la brasa, burej (muy rico!), carne enrollada y empanada, salchichas con pan de pita, queso y cebolla, … Si alguien tiene pensado viajar hacia la zona que me avise =)